Pues un día,
don Joaquín estaba con una cliente; era
un día con un calor infernal; y a media cuadra de su casa había un enorme charco;
entonces la clienta comentó: “Veya, don Joaquín, que si fuera Chancha, con todo
mi gusto me metía en ese charco. Allí debe de estar fresquito”.
En cuanto
acabó de trabajarle a la señora, cerró el negocio y se fue para adentro; al
ratito, la gran Chanchona estaba revolcándose a media poza y del gusto que
sentía hasta gruñía. Se daba
vueltas de un lado a otro, pataleaba, gruñía. Daba gusto ver la felicidad de
aquel animal.
Al siguiente
día, el pobre don Joaquín daba
compasión. Se rascaba todito el cuerpo y le fue saliendo una granazón que no le daba vida la picazón. Se le cubrió
todito el cuerpo de una llaga. Dicen que era sarna y fue de haberse revolcado
en el lodo. Allí había pulgas de nigua.
Ese hombre
realmente daba lástima y al final no
duró mucho, ya que falleció al poco tiempo.
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